Para aclarar el origen del Carnaval los estudiosos remiten hasta precedentes de distintas civilizaciones que, sin usar el mismo concepto de la fiesta, han manejado objetos y utensilios similares a los que se usan en Carnaval, y recuerdan el origen remoto que pueden suponer las bacanales (fiestas en honor de Baco), las saturnales (al Dios Saturno) y lupercales (al Dios Pan), celebraciones que se conocieron tanto en la antigua Grecia como en la Roma clásica.
Sin embargo, los especialistas parecen coincidir en que : “El Carnaval, nuestro Carnaval, quiérase o no, es un hijo, aunque sea pródigo, del cristianismo ; mejor dicho sin la idea de la Cuaresma no existiría en la forma en que ha existido desde fechas oscuras de la Edad Media Europea”.
El más clásico de los estudiosos del Carnaval, Julio Caro Baroja, lo relaciona con los ritmos del tiempo, con la percepción cualitativa del tiempo. Caro Baroja señala que el cristianismo establece “un orden” pasional del tiempo”, en el que los momentos de alegría y tristeza se alternan cronológicamente, según sea tiempo de prohibiciones o tolerancias, asimilados por el cristianismo.
El Carnaval es -según definición de Caro Baroja- un hijo del cristianismo. Una consecuencia de la concepción simple del tiempo que adopta el cristianismo. Una concepción ajustada a los ciclos vitales y de las cosechas.
“Su principal significación es que autoriza, de hecho, la satisfacción de todos los apetitos que la moral cristiana, por medio de la Cuaresma, refrena acto seguido.
Pero al dejarlos expansionarse durante un periodo más o menos largo, la moral cristiana reconoce también los derechos de la carne, la carnalidad. El Carnaval encuentra así, además de su significación social y psicológica y su función equilibradora en todos los aspectos resulta evidente”.
Es el momento en el que se permite la inversión de las jerarquías sociales, así como la expresión de una oposición política que no tiene posibilidad de manifestación legal. Pero también es tiempo en que el hombre da rienda suelta a la carga irracional que soporta, entregándose a actos arbitrarios y violentos descargando así la agresividad contenida durante mucho tiempo : intentos de provocación, infantilismo, muecas... todo a modo de terapéutica en que dejamos libres a ese otro yo que todos ocultamos.
Los caracteres antes descritos definen al Carnaval en general y son aplicables, por tanto, al gaditano en su origen.
Pero sin duda con el transcurso del tiempo distintos aspectos se han ido marcando con mayor profundidad hasta alcanzar en nuestra ciudad una fiesta distinta.
En el proceso de su propia definición el Carnaval gaditano toma peculiaridades del italiano, explicable por la influencia fundamentalmente genovesa que nuestra ciudad conoció, pues desde el siglo XV, tras el desplazamiento hacia el Mediterráneo de los turcos, los comerciantes italianos se trasladan a Occidente, encontrando en Cádiz un lugar de asentamiento perfectamente comunicado con los objetivos comerciales que los genoveses buscaban : el norte y centro de Africa.
Los antifaces, las caretas, las jeringas de agua, los caramelos arrojadizos (confetis) son otros tantos elementos que asimilamos del Carnaval italiano.
El elemento fundamental de este Carnaval es el disfraz : “el Carnaval rompe el orden social, enfrenta las clases, libera los instintos y rompe las represiones. Todo esto lo realiza a través del disfraz, invirtiendo el orden de las cosas, comiendo y bebiendo, ironizando y satirizando a la sociedad y a la autoridad y, en definitiva, dando rienda suelta a la fantasía y la libertad”.
El estilo italiano que impera, trae también los bailes de Carnaval como eje central de las fiestas, siendo el acto social más importante de las celebraciones sobre todo en el siglo XVIII. Aunque hay noticias documentadas de la celebración del Carnaval de Cádiz desde 1.632 (I.Porquicho) dejándose ya sentir una animadversión hacia la fiesta de las capas superiores de la sociedad.
Pese a la oposición la fiesta de Carnaval traspasa la Edad Moderna y se adentra en el siglo XIX definido todavía por similares caracteres. Conocemos por ejemplo que el 8 de Febrero de 1.821 los alcaldes constitucionales de Cádiz otorgan su permiso para que se celebre en el teatro Principal un baile de máscaras y disfraces siempre que sigan una serie de reglas, así como que el Carnaval se celebró, controlado, desde los primeros años del reinado de Fernando VII.
En el Carnaval gaditano de principios del XIX, vemos ya caracteres que permanecen hoy :vemos como la plaza de la Constitución (hoy de San Antonio) y la calle Ancha son los lugares centrales de la fiesta popular. Y desde la concreción de la fiesta, dos celebraciones destacan : los bailes de máscaras en el teatro y en casas particulares y los grupos de gentes que disfrazadas recorrían las calles cantando. En estos grupos de cantores podemos ver un precedente muy concreto de las actuales agrupaciones carnavalescas que reciben influencias también - no se debe olvidar - de los grupos de gentes de color que en las fechas de Navidad recorrían las calles de Cádiz, entonando villancicos, así como de los ritmos de América.
Estos caracteres no significan en ningún caso que el Carnaval estuviese institucionalizado. Si bien es cierto que a mediados del pasado siglo encontramos referencias de las máscaras, disfraces y domingo de Piñata ; también es cierto que el Ayuntamiento no reconocía el Carnaval como una fiesta propia.
En un informe emitido por el Ayuntamiento de 1.847 a instancias del jefe político de la provincia, en el que se pregunta - entre otras cosas - por las fiestas civiles y religiosas en las que el cabildo interviene no se alude para nada al Carnaval.
Sin embargo con un sentido restrictivo el Municipio reconocía explícitamente la celebración carnavalesca y su importancia en la ciudad. Así el “Reglamento de las diversiones públicas en la ciudad de Cádiz” del mismo año 1.847, por dos veces alude al Carnaval, siempre en sentido represivo.
Claro está que las prohibiciones emanan de un Ayuntamiento dominado - gracias al sufragio censitario - por una burguesía que a mediados del siglo XIX se está adueñando del poder y que no ve con buenos ojos las manifestaciones populares.
“Esta honestidad hacia la fiesta provenía de la sensación de inseguridad que proporcionaban las clases bajas, que celebraban la fiesta bebiendo y alborotando por las calles”.
La animadvesión hacia el Carnaval era compartida por las clases pudientes de la ciudad, que ante la imposibilidad de acabar con una fiesta enormemente popular, deciden ponerle en la medida de lo posible cierto control. En ese mismo año de 1.861 el Ayuntamiento presidido por don Juan Valverde propone que sea el cabildo el encargado de la organización del Carnaval.
La “Memoria de la Administración Municipal de Cádiz en el año de 1.861...” dice textualmente : “Las diversiones a que el pueblo se entrega en los tres días de Carnaval, desdicen, a no dudarlo, de su proverbial cultura. La tradición ha hecho llegar hasta nuestro días, una costumbre que, caballerosa y digna quizá en su origen, absorbe hoy, en degeneración lastimosa, la atención toda del pueblo, en los tres indicados días. El dominio de Carnaval de Cádiz, lo monopoliza el vergonzoso “saquillo”, dando lugar a deplorables escenas que repugnan a quien abriga el más ligero sentimiento de decencia, y a quien en algo estima la pureza del nombre que Cádiz ha sabido alcanzar a través de los siglos”.
Como contraoferta se propone cambiar todo esto haciendo que el Ayuntamiento se encargue des organizar un Carnaval más reglamentado, basado en juegos gimnásticos, bailes públicos, juegos de artificio, música, comparsas... para lo que se solicitaba que en el presupuesto de 1.862 se previeran los gastos del Carnaval.
La medida, restrictiva en su origen - puesto que los elementos burgueses en el poder local pretendían era controlar y reglamentar algo que no podían desterrar - tuvo consecuencias beneficiosas a la postre. Si el control de las diversiones populares no fue todo lo efectivo que se programó, la financiación municipal contribuyó a un mayor esplendor en las calles y en los actos organizados, tipo bailes, fuegos artificiales, etc.
Así, de la mano del alcalde Juan Valverde, el Carnaval va a entrar en la fase desde la que evolucionará a la actualidad.
El Carnaval de Cádiz, se convirtió en objeto de atención a poblaciones más alejadas, iniciándose bien pronto la tradición de organizar trenes especiales desde Sevilla, Córdoba y otras que trasladaban a miles de personas hasta nuestra ciudad para vivir el Carnaval.
Como elemento característico de la celebración en Cádiz, la “Memoria...” precitada aludía a la potenciación de la comparsa. Con un origen posiblemente espontáneo - un grupo de amigos que se reunía para cantar - la comparsa se va perfeccionando en tanto que de forma paulatina se van uniformando, preparando un repertorio y ensayándolo.
Estas agrupaciones de conjuntos músico vocales que cantan repertorios propios y de marcado carácter gaditano, se irán convirtiendo paulatinamente en uno de los ejes del Carnaval de Cádiz. Junto a los bailes de máscaras y - sobre todo - la calle como elemento dinamizador de la participación popular.
Las agrupaciones carnavalescas se desarrollan de forma paulatina integrando en sus coplas todos los elementos que hoy día perduran : chascarrillo, crítica política, sátira social, etc. Nuevamente serán las clases populares las que vayan protagonizando esta modalidad de expresión genuinamente gaditana.
Con el transcurso de los años nuevamamente los sectores dirigentes se creen en la obligación de reglamentar la expresividad carnavalesca. Será en el año 1.884 el alcalde Eduardo J. Genovés quien ordene una mayor vigilancia de las calles ante los posibles altercados que se pudieran dar.
Ante el progresivo carácter de protesta y de sátira que las agrupaciones carnavalescas iban adquiriendo en sus coplas, así como para evitar procacidades y obscenidades en las interpretaciones, Genovés impone que todas las comparsas y estudiantinas que quisieran recorrer la población deberían proveerse de la correspondiente licencia municipal. Incluso se establecerá la censura previa : cada agrupación debía presentar una instancia dirigida al alcalde indicando los nombres, apellidos y direcciones de los componentes, haciéndose responsables el director de la agrupación y un representante. Junto a la instancia se presentaban dos copias de los repertorios que se pensaban cantar por las calles y que en ningún caso deberían atentar contra la moral pública. Revisadas las letras, el Ayuntamiento guardaba una copia y devolvía la otra con su sello, dando el visto bueno al repertorio. La copia sellada debía llevarla el director de la agrupación y exhibirla ante cualquier autoridad que la requiriese. Pese a tan reglamentada burocracia raro era el año que alguna agrupación no terminaba en la prevención del Piojito.
El carácter informal de la agrupación, su origen netamente popular, escapaba a todo exceso de reglamento. La formación de una comparsa se realizaba de forma espontánea. Normalmente un grupo de amigos o de compañeros de trabajo. Recordemos como Antonio Rodríguez “Tío de la Tiza” agrupaba a sus compañeros de trabajo de la Sociedad Cooperativa de Alumbrado sacando los mejores conjuntos de su época.
Pronto los autores de letras y músicos se van especializando y consagrando, sin perder en ningún caso su carácter de meros aficionados, de artistas emanados del pueblo, predominando en ellos la esencial marca popular.
A fines del pasado siglo y en el primer tercio del actual destacan las figuras de Antonio Rodríguez “Tío de la Tiza”, Suárez, Trujillo, López Cañamaque, J. Ponce, “El Barato”...
Prácticamente toda la ciudad se convierte en el escenario carnavalesco, pero hay unos lugares que revisten mayor protagonismo. La Plaza de San Antonio, desde siempre y más aún desde siempre y más aún desde 1.862 en que empieza a ser engalanada, año tras año será uno de los lugares comunes de reunión. De una reunión masiva que fluye por la calle Ancha, eje central del Carnaval, José J. Accame escribía en 1.906 : “Yo no concibo Carnaval en Cádiz sin la calle Ancha”.
La calle Nueva, la plaza de San Juan de Dios, los alrededores del mercado Central, la calle de la Rosa.. eran otros tantos lugares de aglomeraciones generalizada.
A finales del pasado siglo y comienzos del actual se adquiere la costumbre de realizar el recorrido de estas calles en coche : las “landeus”, “breks”, “milords”, “sociables”, “jardineras”... recorrían un itinerario que pronto dio en llamarse “el paseo de carruajes”, y que estaba comprendido por las calles Alonso el Sabio, San Juan, Desamparados, Libertad, Callejones Cardoso, el Corralón, la Rosa, San Rafael, Fragela (Plaza del Falla), Hercúles, Mentidero, Veedor, Plaza de San Antonio, Cánovas del Castillo, San José, Plaza de Mina, Tinte, Plaza de San Francisco, Nueva, Plaza de San Juan de Dios. Los carruajes se detenían en las múltiples tiendas de vinos que aparecían en el camino, de donde los chicucos acercaban cañeros de manzanilla.
Los bailes seguían celebrándose en el Principal, en el Kursaal gaditano, en el gran Teatro, en el Casino, en verbenas populares por los barrios... cada uno de ellos para un sector de la sociedad, bien definido.
A principios del siglo XX, de la mano del Alcalde Cayetano del Toro el Carnaval de Cádiz, cobró nuevos impulsos.
En el programa se incluía : cabalgata, iluminación extraordinaria, baile de máscaras, concursos de comparsas y máscaras, bailes nacionales ejecutados por niños... sin que faltara el reparto de limosna para los pobres.
En 1.907 con la entrada de Antonio Accame en la ornamentación de las calles del Carnaval espectáculo se reafirma y arraiga más, si cabe, en el pueblo gaditano.
En. 1.937 Franco abolió a golpe de decreto el Carnaval. La medida surtió los efectos apetecidos : El Carnaval desapareció de casi todas las poblaciones españolas, pues no hemos de olvidar que era una celebración generalizada. En Cádiz permaneció latente -congelado- en el sentir del pueblo. De modo que no era difícil de encontrar en las tiendas de vinos y los colmados gaditanos de la postguerra, nostálgicos, que en febrero, se reunían para rememorar y cantar viejas coplas carnavalescas.
En agosto de 1.948 el gobernador civil autorizó que cantara el coro “La Piñata Gaditana”, cantando con la música de los Jockeys (1.927). El conjunto lo saca Manuel López Cañamaque acompañado de Macías. Al año siguiente se autoriza una “Fiesta de los Coros” puesto que en principio el gobernador permite los coros y chirigotas, fuertemente censurados por la Delegación de Educación Popular y el control callejero del alcalde. Pero sobre todo se insiste en que no puede aparecer por ninguna parte la palabra Carnaval.
Así surgen hacia 1.950 las Fiestas Típicas Gaditanas, un Carnaval domesticado, descafeinado, pero -que en honor a la verdad- permitió que la tradición carnavalesca permaneciera en las nuevas generaciones gaditanas.
Posiblemente las agrupaciones sean el elemento menos adulterado de las Fiestas Típicas ; a las figuras de López Cañamaque y Macías Retes se añaden a Paco Alba -el renovador-, Enrique Villegas, Fletilla, Agustín González, “Chimenea”, Fernández Garaboa, Villa, Antonio Martín, Pedro Romero, Peña, y un largo etcétera que sería interminable reseñar.
Tras la muerte de Franco se produjo la recuperación del Carnaval sin tapujos, sin disfrazar el nombre, recuperándose a partir de 1.977 a su nombre tradicional y a sus fechas de siempre, el mes de Febrero.
En Enero de 1.984, se crea la Fundación Gaditana del Carnaval, Organismo Autónomo del Excmo. Ayuntamiento de Cádiz, después de un sin fin de reuniones con todas las entidades y colectivos de la ciudad, que de alguna forma intervenían en esta Fiesta del Carnaval. Años más tarde, ésta Fundación es sustituida por el Actual Patronato del COAC y Fiestas del Carnaval de Cádiz, un moderno estamento que realiza funciones similares de una forma dinámica, seria y profesional.
El Patronato del COAC y Fiestas del Carnaval de Cádiz, nace de una necesidad, la de crear un cauce participativo adecuado al momento de auge que nos tocaba vivir.
La Fiesta del Carnaval estaban en pleno crecimiento y es el Patronato del COAC y Fiestas del Carnaval de Cádiz el resorte que se necesitaba para adecuarla a cada realidad diaria, y no dejar que se convierta en una macro-fiesta indirigible.